sábado, 28 de enero de 2012

Chomsky - Ramonet: como nos venden la moto

(Resúmen) 
Primeros apuntes históricos de la propaganda
La primera operación moderna de propaganda llevada a cabo por un gobierno ocurrió en 1916, bajo el mandato de Woodrow Wilson.
La población era muy pacifista y no veía ninguna razón para involucrarse en una guerra europea; sin embargo, la administración Wilson había decidido que el país tomaría parte en el conflicto. En seis meses, logró convertir una población pacífica en otra histérica y belicista que quería ir a la guerra y destruir todo
lo que oliera a alemán, despedazar a todos los alemanes, y salvar así al mundo. Después de la guerra se utilizaron las mismas técnicas para avivar lo que se conocía como Miedo rojo. Ello permitió la destrucción de sindicatos y la eliminación de problemas tan peligrosos como la libertad de prensa o de pensamiento político.

La democracia del espectador
Lippmann sostenía que el consenso puede fabricarse logrando que la población acepte algo inicialmente no deseado. La lógica que hay detrás de todo eso es que la gente es simplemente demasiado estúpida para comprender las cosas.
Por ello, necesitamos algo que sirva para domesticar al rebaño perplejo; algo que viene a ser la nueva revolución en el arte de la democracia: la fabricación del consenso. Los medios de comunicación, las escuelas y la cultura popular tienen que estar divididos. La clase política y los responsables de tomar decisiones tienen que brindar algún sentido tolerable de realidad, aunque también tengan que inculcar las opiniones adecuadas. Aquí la premisa no declarada de forma explícita —e incluso los hombres responsables tienen que darse cuenta de esto ellos solos—tiene que ver con la cuestión de cómo se llega a obtener la autoridad para tomar decisiones. Por supuesto, la forma de obtenerla es sirviendo a la gente que tiene el poder real, que no es otra que los dueños de la sociedad, es decir, un grupo bastante reducido.

Relaciones públicas
O como inculcar los valores correctos.
La primera prueba se produjo un año más tarde, en 1937, cuando hubo una importante huelga del sector del acero en Johnstown. Los empresarios pusieron a prueba una nueva técnica de destrucción de las organizaciones obreras, que resultó ser muy eficaz. Y sin matones a sueldo que sembraran el terror entre los trabajadores. La cuestión estribaba en la idea de que había que enfrentar a la gente contra los huelguistas, por los medios que fuera. Se presentó a estos como destructivos y perjudiciales para el conjunto de la sociedad, y contrarios a los intereses comunes, que eran los nuestros, los del empresario, el trabajador o el ama de casa, es decir, todos nosotros.
El ejecutivo de una empresa y el chico que limpia los suelos tienen los mismos intereses. Hemos de trabajar todos juntos y hacerlo por el país y en armonía, con simpatía y cariño los unos por los otros.
La fórmula Mohawk Valley se aplicó una y otra vez para romper huelgas, y daba muy buenos resultados cuando se trataba de movilizar a la opinión pública a favor de conceptos vacíos de contenido, como el orgullo de ser americano. ¿Quién puede estar en contra de esto? O la armonía. ¿Quién puede estar en contra?
Esto es lo único que importa en la buena propaganda. Se trata de crear un eslogan que no pueda recibir ninguna oposición, bien al contrario, que todo el mundo esté a favor.
Nadie sabe lo que significa porque no significa nada, y su importancia decisiva estriba en que distrae la atención de la gente respecto de preguntas que sí significan algo:
¿Apoya usted nuestra política?
El personaje más destacado de la industria de las relaciones públicas, Edward Bernays, desarrolló la ingeniería del consenso, que describió como la esencia de la democracia.
Los individuos capaces de fabricar consenso son los que tienen los recursos y el poder de hacerlo —la comunidad financiera y empresarial— y para ellos trabajamos.

Fabricación de la opinión
En los 60 surge una ola de disidencia. El conjunto de élites coincidían en que había que aplastar ese renacimiento democrático y poner en marcha un sistema social en el que los recursos se canalizaran hacia las clases acaudaladas y privilegiadas. Y aquí tenemos dos concepciones de democracia Según la definición del diccionario, lo anterior constituye un avance en democracia; según el criterio predominante, es un problema, una crisis que ha de ser vencida.
La Universidad de Massachusetts realizó un estudio sobre las diferentes actitudes ante la crisis del Golfo Pérsico. Una de las preguntas era: ¿Cuantas víctimas vietnamitas calcula usted que hubo durante la guerra del Vietnam? La respuesta promedio que se daba era en torno a 100.000, mientras que las cifras oficiales hablan de dos millones, y las reales probablemente sean de tres o cuatro millones. Los responsables del estudio formulaban a continuación una pregunta muy oportuna: ¿Qué pensaríamos de la cultura política alemana si cuando se le preguntara a la gente cuantos judíos murieron en el Holocausto la respuesta fuera unos 300.000?

A pesar de todo, la cultura disidente sobrevivió.

Desfile de enemigos
Hay problemas económicos y sociales crecientes q pueden devenir en catástrofes, y no parece haber nadie, de entre los que detentan el poder, que tenga intención alguna de prestarles atención. Salud, educación, los que no tienen hogar, los parados, el índice de criminalidad, el deterioro de los barrios periféricos… Solo en los dos años que George Bush estuvo en el poder hubo tres millones más de niños que cruzaron el umbral de la pobreza, la deuda externa creció progresivamente, los estándares educativos experimentaron un declive, los salarios reales retrocedieron al nivel de finales de los años cincuenta para la gran mayoría de la población, y nadie hizo absolutamente nada para remediarlo. En estas circunstancias hay que desviar la atención del rebaño desconcertado ya que si empezara a darse cuenta de lo que ocurre podría no gustarle, porque es quien recibe directamente las consecuencias de lo anterior. En los años treinta Hitler difundió entre los alemanes el miedo a los judíos y a los gitanos. Luego hubo que defenderse de los rusos.  
En el estudio de la Universidad de Masachussets se preguntaba a la gente si creía que los Estados Unidos debía intervenir por la fuerza para impedir los abusos cometidos contra los derechos humanos. En una proporción de dos a uno la respuesta del público americano era afirmativa. Pero si los Estados Unidos tuvieran que seguir al pie de la letra el consejo que se deriva de la citada encuesta, habría que bombardear El Salvador, Guatemala, Indonesia, Damasco, Tel Aviv, Ciudad del Cabo, Washington, y una lista interminable de países, ya que todos ellos representan casos manifiestos de violación de derechos humanos. ¿Por qué, entonces, nadie llega a esta conclusión? La respuesta es que nadie sabe lo suficiente. En un sistema de propaganda bien engrasado nadie sabrá lo suficiente.

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